lunes, 6 de febrero de 2006

El último gran héroe

Tengo miedo, presiento que mi destino me va a deparar un giro desafortunado tarde o temprano, ayer miré a los ojos al último gran héroe.
Lo vi en Carnaby Street, salía de los baños públicos cubierto de una áurea de remordimiento. Agotado, sucio, maloliente y, desde hace tiempo, mudo por vocación, siendo niño ya evitó que su hermano apretara el gatillo de la escopeta de caza de su padre para matar a un cura meticón (que les cobraba una perra chica por paloma que mataban en el campanario de la iglesia del su pueblo) una mañana de viernes de dolores, cuando todavía era un monaguillo pelón. Años más tarde sería el sustituto del último asesino del presidente y el que, mucho antes del atentado fallido contra el Papa, planeó tantas veces matarlo. Su frustración intelectual se resume en una vocación baldía: se le recordará como el poeta que nunca escribió ni una maldita línea recta. Le perdieron la pista después de que dejara su último trabajo conocido: periodista en un pueblo de la provincia de Badajoz. Ahora anda encorvado por ahí, pero sin motivo; yo creo que no le deben achicar ni la vergüenza ni la mala fama, porque sé de buena tinta que renunció a la judicatura y a la política por remordimiento de conciencia anticipado. Durante el tiempo que malgastó en su juventud cursando Licenciatura, interpretaba el papel de Sancho Panza en obras de teatro de poca monta y lo hizo también en varios puticlubs de carretera. Sé que he de cuidarme de no cometer los mismos fallos que él y sé que tengo que hacer bien las cosas; terminarlas, quiero decir. Me advierto a mi mismo, me basta con mirar al último gran héroe que ahora chupa pollas en baños públicos para ganarse la vida, para darme cuenta de todo el horror que puede nacer del destino si no terminas de apretar el gatillo. Y no penséis solamente en la maniobra descriptiva que he podido llevar a cabo en estas líneas, pensad en vuestro servicio público particular.
C. Índico, Londres 2006

No hay comentarios: